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El COVID-19 y su efecto en los ciudadanos, la ciudad y la arquitectura. Parte I.

  • Foto del escritor: Arquitecto Leonardo Berbesí Quintero
    Arquitecto Leonardo Berbesí Quintero
  • 28 jul 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 30 jul 2020

Introducción: Causas y alcances verdaderos.

Muchos profesionales de la ciencia, la antropología, la comunicación, la ingeniería, la arquitectura, etc., están reflexionando sobre el impacto del COVID-19 en el territorio, en la ciudad, en la arquitectura y hasta en los objetos. Me parece una labor encomiable y necesaria, que puede dar a luz a nuevas posibilidades de interrelación de los seres humanos con la vida –incluyendo flora y fauna- en los asentamientos humanos, en un futuro no tan lejano, que afectaría indiscutiblemente, a toda la civilización planetaria.

No obstante, considero que antes de tomar medidas extraordinarias y destinar cuantiosos recursos humanos, económicos y tecnológicos ante semejante reto, se debe realizar previamente una investigación exhaustiva para dimensionar adecuadamente el fenómeno y su repercusión.

Me refiero a que los organismos competentes a nivel mundial, deben iniciar una investigación rigurosa sobre los orígenes de la pandemia, sus causas y consecuencias (con cifras reales), así como, verificar la acción de organismos internacionales como la OMS, que con un comportamiento alarmista, profético y exagerado desde el principio[1], coadyuvó al desconcierto y al desorden en las medidas a tomar por parte de los gobiernos del mundo.

Una vez dicho esto, pasaremos a hablar -en varias entregas- de cómo este extraño e intempestivo virus ha afectado a los ciudadanos, la ciudad y la arquitectura.


1. Los ciudadanos indefensos.

La pandemia y la consiguiente cuarentena que guardó en casa a millones de personas sanas de todo el mundo (bebes, niños, jóvenes, adultos y ancianos), sacaron a relucir el lado más vulnerable de los ciudadanos, sobre todo, los habitantes de ciudades altamente densificadas de occidente. Y debemos recordar que la esencia de una ciudad y de la arquitectura es la gente, el ser humano que habita espacios y hace ciudad. Así que, comenzaremos a analizar sobre sus vicisitudes a raíz del inusitado fenómeno sanitario.

1. Con la pandemia sobrevino el desasosiego, la incertidumbre más profunda en la población, ya que, rápidamente se fue resquebrajando la cándida y bien arraigada idea de que el Estado, el sistema todopoderoso nos ampara y los derechos humanos siempre prevalecen. Fue evidente que los gobiernos del mundo carecían de un protocolo clave para emergencias como ésta y muchos comenzaron a lanzar desesperadas brazadas como naufrago en el mar. De hecho, en países como España, era muy absurdo que la población sana estuviese enclaustrada, mientras se dejaban desprotegidas las residencias de ancianos y la mortandad en estos lugares a raíz del COVID-19 fue impresionante. ¿Era tan difícil pensar en concentrar esfuerzos en las personas más vulnerables y los lugares donde habitaban? ¿Existían controles previos de esas residencias, fuesen públicas, semi públicas o privadas? Por supuesto que no y esa negligencia indignó a los familiares de los fallecidos y a la población pensante en general, levantando dudas razonables con respecto a la labor de los dirigentes políticos españoles.


2. En ese sentido, consideramos que en cada país se debe realizar una investigación de los hechos, porque es evidente que se manipularon cifras para que el virus fuera el causante de la mayoría de fallecimientos, durante algunos meses del aciago 2020; de manera inaudita se incineraron cuerpos, imposibilitando las autopsias que determinarían las causas reales de los decesos; se prohibieron o ridiculizaron posibles remedios económicos y eficaces contra el virus como el famoso dióxido de cloro; se censuraron medios de comunicación alternativos y vídeos en plataformas como YouTube cuando se nombraba el virus o se discrepaba de la versión oficial; en España el Gobierno pagó por los test chinos falsos para detectar el coronavirus (al doble de su precio de mercado) y no pasó nada; mientras el presidente de Tanzania reveló que los test de detección del COVID-19 eran una estafa, ya que de manera secreta envió al laboratorio muestras de una papaya, una codorniz y una cabra como si fuesen de personas y dieron positivo. La pregunta que nos surge entonces es la siguiente: ¿A quién beneficiaba esta confusión y la propagación de contagiados y finalmente, aunque parezca inhumano, a quién beneficiaba tantas muertes? Lo único que a ciencia cierta sabemos, es que la incertidumbre comenzó a vulnerar los derechos humanos y nuestra libertad.

3. A la par, los medios de comunicación en su afán de vender, cual periódico amarillista de antaño, nos bombardeaban, minuto a minuto con alarmantes noticias, cifras y escenarios dantescos. Recuerdo claramente un reportaje en directo realizado por un canal de televisión de los más importantes de España, donde un periodista en plena pandemia afirmaba que una playa de Barcelona estaba repleta de bañistas inconscientes, que no respetaban la distancia de separación o el uso de mascarillas, cuando la imagen mostraba lo contrario, una playa casi desierta. Quedé estupefacto al ver el reportaje; parecía que de forma intencionada los medios de comunicación buscaban que la población se llenara de miedo y luego de pánico, siguiendo el ejemplo de la OMS o los pasos siniestros de una agenda oculta.

4. Si la mayoría de la población nos manteníamos confinados en nuestras casas durante meses, obviamente no podíamos salir a trabajar y producir como acostumbrábamos, con lo cual, con el paso de los días, millones de autónomos, empresas y puestos de trabajo comenzaron a verse afectados. Esta "inesperada" crisis económica está destruyendo de manera silente el tejido económico de los países, originando pérdida masiva de empleos, de viviendas y propiedades, de empresas e inversiones, con las consecuencias negativas que esto trae para los ciudadanos, sus vidas y la vida de las ciudades. Ante esta inaudita situación, muchos de los gobiernos del mundo se han visto en la necesidad de endeudarse -una vez más- a través de los préstamos del sistema financiero mundial –quienes siempre ganan-, para destinar ese dinero a la gente más necesitada (no obstante, en países como España ese dinero aún no se reparte o concreta). Y por supuesto que, son los ciudadanos más vulnerables quienes se verán sometidos a pagar esos leoninos préstamos y sus intereses draconianos –que recuerda los rescates bancarios de la anterior crisis- empobreciéndose cada vez más. De seguro, a raíz de esta crisis, aumentarán las depresiones, los suicidios, las enfermedades mentales y psicosomáticas, pero no se publican cifras, nadie dirá nada, pues se justificará con la teoría de que se trata de la adaptación de los individuos más aptos a la nueva realidad.


5. Los seres humanos necesitamos aire limpio y fresco, así como los rayos del sol, para estar sanos y mantener elevada nuestra autoestima y defensas. La arquitectura moderna siempre ha defendido estas necesidades, entonces, desde mi punto de vista como arquitecto considero que no es lógico impedir a la gente salir a los parques a respirar, caminar y recibir rayos solares, sobre todo, a niños y ancianos. Estas medidas autoritarias y vacuas vulneraron nuestros derechos humanos y paradójicamente, atentaron contra nuestra salud.


6. Sin embargo, consideramos que aún estamos a tiempo y para paliar esta deprimente situación hemos pensado que los distintos gobiernos del mundo deberían decretar el estado de emergencia económica y de inmediato tomar medidas reales, como las siguientes:


A. Crear viveros de empresas y mercadillos populares que ayuden a la gente más afectada a salir de su lamentable situación económica;

B. Ofrecer alquileres solidarios o casas de acogida para las familias en situación de vulnerabilidad económica;

C. Estudiar estrategias sociales sobre la mejor manera de atender a nuestros ancianos, desde sus casas o en las residencias, sin marginarlos, descuidarlos o mitigar su calidad de vida.

D. Dejar de tomar medidas contraproducentes para la población, como el uso obligatorio de la mascarilla en espacios públicos, ya que, no tiene fundamento científico que personas sanas las lleven; respirar dióxido de carbono y nuestros propios desechos nos perjudica enormemente la salud, por tanto, el uso de la mascarilla en un descampado es la alegoría del suicidio lento y un golpe bajo lanzado a nuestra dignidad.

E. Fomentar el uso de plazas y parques, respetando distancias de seguridad entre usuario, ya que, es sabido que disminuir los niveles de estrés refuerza el sistema inmunitario de las personas.

F. Establecer una renta básica universal, es decir, una asignación monetaria del Estado, totalmente incondicionada, sin intereses, a cambio de nada, y con una cantidad suficiente para los más necesitados, como para poder vivir dignamente durante los meses que perdure la pandemia.

G. En España disfrutamos de una excelente sanidad, de primer orden a nivel mundial, en las especializaciones hospitalarias como tratamientos de cáncer, trasplante de órganos, cirugías complejas, etc., pero, en cambio, el sistema de atención primaria es bastante precario. Para evitar llenar los hospitales en próximas emergencias, se debería fortalecer la consulta primaria, así como, la medicina preventiva. A este respecto, se podrían crear campañas publicitarias masivas de cómo reforzar el sistema inmunitario humano (con alegría, sol, aire, ejercicio, alimentación sana, sexo, etc.), con la intención de protegernos contra éste u otros patógenos.

-Continuará en la Parte II-

[1] A través del informe «A World at risk» la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya planteaba en septiembre de 2019 un posible escenario devastador a nivel mundial: «Con un gran número de personas que cruzan el mundo en avión todos los días, un brote equivalente podría extenderse por todo el planeta en menos de 36 horas y matar a entre 50 y 80 millones de personas, arrasando con casi el 5% de la economía mundial». Extraído del ABC del 19 de septiembre de 2019.







 
 
 

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